viernes, 7 de octubre de 2011

Soñé que era flaneur

"Caminante" de Andreu Buenafuente, 2008
El camino que va de la fábrica de aprendizajes a la rutina del hogar se construye con la cadencia de los pasos, los toc-toc que suenan como balas en la acera, pero acá, en lengua cursi  y con destellos de alegría. Son muy parecidos a los latidos de la ciudad, esos que se hallan en el Centro Histórico debajo de la sombra abanderada, frente a las librerías de viejo; sobre las cartas de Santo Domingo o debajo del brincoteo que las multitudes cantan con sus prisas. No todos sabemos deambular como se debe, así, respetando las implicaciones de perderse y angustiarse, o de encontrarse y saborear los nuevos descubrimientos. Además, bien creo -a últimas fechas- que no sólo uno busca los caminos, sino que es un acto de ida y vuelta; que ellos, también, con sus necesidades te aclaman y terminan por encontrarte cualquier tarde, casi en el justo momento en el que, ambos, comenzaban a inventarse nombres. De ese modo, casualmente previsto, les dices cómo te han de invocar, mientras ellos adivinan tu estela y concluyen el porqué de ese encuentro. Cuestión de murmullos, quizá, de telepatías, presentimientos, investigaciones coincididas o suspiros... Sin duda, tras andar exprimiéndose hasta la última sorpresa, ese camino que de primera instancia fue el cofre de tesoros recién descubiertos, un día se hace recuerdo o nostalgia o coraje o felicidad u orgullo... Y, ambos, al unísono otra vez, buscarán con urgencia otros encuentros, no sin definirse como veredas sonrientes, musicales o ingeniosas, que ya son imprescindibles por tanto recorrer.