martes, 30 de marzo de 2010

¿Cuánto me debía el destino que contigo me pagó?

Yo sí creo en el karma. Estoy convencida de que la vida compensa o cobra facturas con harto interés. Algo bueno he de haber hecho para convertirme en cuija y poder acampar con placidez y seguridad...  Es probable que lo escrito a continuación tenga alta carga de cursilería, pero son los efectos del amor, quien no los haya sufrido, que tire la primera piedra:
Mi cuijo es una coincidencia hermosa, porque su llegada a mí fue espontánea (¿o debiera decir, mi arribo a él?). Lo "conozco" desde hace varios años. Sabía bien su apodo, desconocía su nombre y carecía de cualquier interés por él; incluso me caía un poco mal antes de haber charlado con él por msn, casi a diario. (reí mucho en múltiples ocasiones con sus ocurrencias sin pensar en él más que como un chico buena onda).  A pesar de eso, curiosamente dos detalles en particular nos acercaban harto por lo menos desde hace poco más de un año, mismos que me hacen pensar que nuestros caminos se encontrarían tarde o temprano, claro, eso ya no sería coincidencia, bah! (aquí es cuando algunos quizá opinen que la estoy forzando demasiado, pero da igual, también sería gracioso pensarlo así): 1. Mamá trabajó hace bastantes ayeres en una escuela primaria ubicada exactamente en la misma calle en donde se encuentra el campo de acampada para acampadores. Unas dos cuadras después, quizá, es lo de menos. Motivo de charla entre Mima y Joch, obvio. Y 2. Tengo la fortuna de tomar un micro cerquísima de casa que me deja cerquísima de la suya. Es como si una ruta  estuviera planeada previamente para nosotros (jajajaja es bobo, pero bastante útil cuando uno vive lejos del otro; no hacer transbordes ayuda y muucho, sobre todo a la economía si no se quiere gastar en taxi).
Cuachan no pudo llegar en mejor momento. Para entonces ya era más Julieta que Irma; había cerrado ciclos apaciblemente y recibía mi nueva vida con entusiasmo y carcajadas. Lo que menos esperaba y mucho menos buscaba, era un compañero... sin embargo, lo encontré.  La madrugada en que Israel nos recibió en su habitación, sin planearlo, compartimos un montón de cosas además de la cobija. Después de pruebas de sombreros, pelucas y fotografías, las chicas durmieron mientras nosotros charlamos y nos descubrimos. Fue raro e inesperado, pero no por eso mal recibido. Me topé con un chico sonriente que siempre tiene un comentario gracioso e inoportuno en el momento más solemne, es torpe y amoroso, justo a la medida de esta nueva yo. Un día de aquellos en mi larga depresión, pensé que jamás encontraría nuevos momentos para disfrutar a tope; sentencié que lo había vivido todo (lo bueno, lo malo y lo feo del amor, claro). Mi historia ahí está y estará siempre intacta, imprescindible e importante, es imposible (e inquerible [me vale si no existe la palabra]) deshacereme de ella, sólo que en verdad creía que no sería capaz de sentirme así, plena y enorme viviendo y construyendo una nueva y hermosa historia. Este hombre de corazón grande está plagado de razones para sonreir todos los días y no pienso desperdiciarlo ni un segundo.

sábado, 6 de marzo de 2010

Febrero


Febrero fue raramente intenso e inesperadamente sorpresivo: Escribí mi último post dedicado al desaparecido y recibí  una respuesta que me dejó un gran signo de interrogación (sin resolver hasta el momento, claro). Con fundamentos químicos pretendí desencantar a algunos enamorados, no sin antes ser víctima de los mismos y gracias a ellos, descubrir qué son los besos cuija y los abrazos chaparritos. Recibí sabios consejos de Fab. Limpié el baúl con la debida dosis de nostalgia y alegría de una historia hermosa. Me gané el silencio de mi mejor amigo. Salí a bailar con las mejores amigas que pueda tener, metida en un chiquivestido. Leí con sonrisa amplia y lagrimita asomada, las letras de mis hermanas Villagómez. Escuché el Bar con una lluvia de imágenes imprescindibles. Discutí por primera vez con Dul, mientras lloraba y reía al mismo tiempo. Compré y medio vendí al lado de ella un montón de regalitos cursis que respondían a nuestro deseo ferviente de festejar el amor kitsch, harto conscientes de la faramalla del 14 de febrero, claro. Para nosotras sin embargo, no hubo peluches, ni corazones rojos, ni chocolates, ni globos, ni cenas, ni pétalos de rosa, ni copas de vino (mucho menos la Möet & Chandon que tantas ganas teníamos de comprar y que despistadamente cambié por una paleta de grosella). Para mí hubo billar, carcajadas y sugerencias que parecían órdenes de ponerme el suéter, pero esa es otra historia. Finalmente, Dul y yo hicimos valiosas conclusiones que seguro nos serán útiles, porque  al parecer, la crisis económica generó a su vez una crisis romántica y rosa (cursi, pa' abreviar):
1. Decir sí (con voz o con silencio) cuando frente a la novia un vendedor le ofrezca a su chico un regalo cursi para ella.
2. Ver con malos ojos la típica actitud del ennoviado que distrae a su chica justo cuando están a punto de cruzar con un globero o una florista y argüir después que no se fijó.
3. Caballerosidad ante todo. A las mujeres comunes nos encanta.
No es que apueste por el amor interesado, pero los detalles de un noviazgo típico en donde él te hace caminar junto a la pared, te invita, te da la mano al bajar, te abre la puerta del coche, te acerca la silla a la mesa, te procura, te cuida, te protege, te mima, son muy halagadores. ¿Quién no quiere un caballero a su lado? (Yo tengo suerte).