Qué curiosa es la vida… tengo trece semanas
de embarazo y creo que lo que sucede en mi vientre todo el tiempo no es sino
magia, una magia que no viene del amor o el desamor entre mi ahora otra vez
novio, antes exnovio, pero aún exprometido y yo, sino de dos entes
microscópicos y desconocidos incapaces de amar o de odiar, que un día
simplemente se encontraron. Puedo decir con certeza que la idea de conocer
pronto a bebé nos hace felices, quizá hasta sea un motivo que nos une más. Bebé
ocupa gran parte de mis pensamientos e imagino montones de cosas y atravieso montones de miedos y acumulo montones de dudas…
No puedo negar que aún hay días en que quiero arrepentirme.
Pero regreso al punto de la curiosidad de
la vida: he de decir que este simpático chico a quien elegí como papá de bebé
ha sido de quien me he acompañado en las etapas, digamos, más importantes de
una relación: nos conocimos, nos cachondeamos, nos enamoramos y tras invertir
demasiado tiempo juntos, decidimos por fin amueblar un mismo hogar y planear una boda. Después, la
historia es un tropiezo constante que llega hasta acá no sin pasar por todos
los sentimientos y emociones existentes… El caso es que lo curioso radica en
que este simpático personaje tatuado que elegí no es con quien he vivido más
aventuras, viajado más, descubierto más, reído más, experimentado más,
alcoholizado más, planeado más. Tampoco con quien he hecho pininos porno
amateur o con quien he tenido más juegos eróticos o a quien me he cogido más en
lugares prohibidos; no es él con quien conocí los hoteles de paso ni con quien
me encerraba una semana entera por pura calentura, no es con él con quien más adrenalina
he segregado. Debo confesar, incluso, que no es él a quien llamo 'amor de mi vida' o a quien he admirado más, y sin embargo, a pesar de sonar a
contradicción, debo decir que sí es él quien ha sido mi mejor compañero de
viaje.
Sophia's Bubble de Mark Ryden |