jueves, 30 de septiembre de 2010

Estúpidas llamadas telefónicas

A últimas fechas limito mis llamadas telefónicas. No contesto cuando veo números desconocidos (ni contestaré nunca más), ni tardo mucho al teléfono a menos que sea para el sagrado chisme con Dul o Allyn. Me caga (porque no hay otra palabra) cuando se trata de la famosa "Llamada llamando" por saber de sobra que habla el muerto; en cambio, adoro cuando Los Amigos Invisibles comienzan la canción cuijosa. Justamente hoy fue un mal día para el "necesario" celular. Pidieron tarjetas telefónicas a cambio de mi seguridad. De haber sabido mi pobre madre que estaba en buenas manos (desesperada, pero definitivamente en buenas manos) no habría llorado tanto. Y yo me pregunto por qué carajos la gente malusa el teléfono (obvio no me doy baños de pureza). Esta es la peor experiencia que viví habiendo sido sólo el objeto de preocupación. Prometo, de ahora en adelante, dar cuenta de mi ubicación, no llamar para discutir y contestar cada llamada perdida, porque está de la jodida recibir la llamada angustiosa de mamá, preguntando "¿cómo estás?", para después escuchar su lamento por haber pensado que aún me mantenían encerrada en una camioneta a cambio de méndigos quinientos pesos en tarjetas para celular. Que chinguen a su reputísima madre todos aquellos que juegan con la pesadumbre de la gente, por pensar que uno de los suyos está en peligro.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Septiembre fraternal

Buen mes (quiero decir: excelente). Mientras los pambazos se cocinaban con la calidez y el entusiasmo de Mima, al ritmo de la guitarra y la voz de Huguito, me entraron unas ganas inmensas de llorar. Pensaba en qué habría sido de los Jota Ge si ese 15 de enero (ése sí, espeluznante) hubiera concluido de otra manera. Creo que, a estas fechas, ni siquiera me atrevería a despertar sin una lágrima de por medio. Perder a la gente que se ama, independientemente de todos los malos ratos, es lo peor. Tres dedos enumeran a aquellos por los que me duele el corazón. Cuento de dos: Bertha, la dama más dama de todas, que perfumaba todos los caminos con su aroma. Pequeña, delgada en extremo, con cabello alborotadamente elegante, labios rojos y zapatos de tacón breve: mi abuela, de quien tengo un ejemplo casi inalcanzable. Y Ricardo, joven astuto, guapo, irreverente, plagado de desfachatez y encanto, quien con treinta y tres velas encima, nos dio la sorpresa más triste de todos los tiempos, dejándonos pasmados y en silencio apabullante. Hasta hoy, todavía creo que anda por ahí sobre dos ruedas, con camisa a cuadros y el cabello despeinado. Por fortuna, el tercero del tercer dedo, todavía anda por ahí, alumbrando con sonrisas y palabras.
   En fin, pues he dicho "septiembre fraternal". Mis tres hermanos, dos de sangre, uno de palabra (primo casi hermano), festejan sus cumpleaños: 12, 14, 21. Es culpa de ellos mi tendencia hombruna que de vez en cuando aflora, mi lengua alburera y  mi sarcasmo. Y aquéllos dos de líneas arriba, estarían también comiendo rebanadas de pastel, festejando y cantando la canción del rey David. De modo que no podía dejar pasar tremendos acontecimientos sin mencionar un "¡Felicidades!" a los Jota Ge y al Nieto. 

martes, 14 de septiembre de 2010

Yo también sé jugarme la boca



Las mejores promesas son esas 
que no hay que cumplir 
(Prometo que para cuando te vuelva a ver no habrá lágrimas de por medio ni malas maneras anímicas. Habrá risas y carcajadas)
y... "viajeros al tren, que nos vamos", 
me dijo un milano, 
"flaco, pórtate bien, au revoir, buena suerte en Paris".


Porque siempre hubo clases y yo...

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Aquí van las palabras "apologize" y "end"

Sí, un día declaré que me gustaba más ser la mala del cuento y ahora no sé si reír o llorar porque ya lo soy. Fue como cuando dije, ingenuamente preparatoriana, que daría diez  años de mi vida si no llegaba el maestro irlandés de literatura que nunca faltaba, y no llegó. Quizá Teté tenía razón cuando con tono de "cómo se hacen los bebés", me advirtió que cuidara mis deseos si no quería hacer postulaciones incorrectas. Pues bien, postulé que quería ser la villana y lo logré:
     No es lindo ser exhibida como la compañera disparadora y creadora de finales espeluznantes; tampoco lo es leer la palabra "desleal" en mis mensajes instantáneos; ni escuchar de voz ajena que ya no hay amistad por querer hacer lo correcto cuando se está enmedio y no enfrentar a nadie; pero mucho menos, aquello de traer, a cada rato, esos asuntos  a mi memoria. A final de cuentas, me la he creído: Disparé a mi compañero y causé un final espeluznante.
     Es verdad (aunque la verdad sea tan subjetiva, sobre todo en casos como éste): Nunca supe acertar en mis modos ni fui lo suficientemente sensata para hablar claro sin tanta dureza;  me arrepiento de muchas palabras y otras tantas acciones, aunque ese arrepentimiento de nada sirva. Y repito: No es que dude de mi elección, sólo que a últimas fechas siento la necesidad de pedir perdón por todo lo que dije con la intención rencorosa de lastimar, para ya no traer cargando al muerto (como aquella película japonesa). Más me hubiera valido cerrar la puerta y no dar explicación. Pero tampoco puedo hacer nada al respecto y me conformo con las líneas de este blog que está próximo a cerrar... Por mientras, yo también te deseo un hermoso y despreocupado viaje. Más suerte.

Tin-tin-tín... (léase como el sonido de una copa golpeada con un tenedor)



La palabra germina, abre sus retoños por las calles del pueblo, 
Se pega a las ventanas, se cuela por las puertas. 
La palabra historia chapotea las tardes, y duerme la siesta de los muertos. 
La palabra no muere, es aliento, polvo, gemido, poema.
(No sé de quién es, pero, ¡ah qué bonito lo dicen mis alumnos!) 

Hacer todo a medias se ha vuelto mi especialidad. Que si tengo potencial; que si soy inteligente; que si hago o no bien; que si soy leal o no; que si la responsabilidad y todo lo que viene encima. Estoy un poco cansada de ser tan aprehensiva, nerviosita, groseramente exigente, estricta a la mitad. Me metí en camisa de once varas y lo ideal es sostenerse por todas las razones que yo elegí. Que si me arrepiento, que si no (la verdad sólo de algunas cosas... y vaya que sí), en general no pero, esta cabecita mía anda rebobinando en dirección contraria. La pregunta es "¿para qué?" y justo ahí está el problema. Me digo y me redigo: Mira, la cosa está así y luce bien, bastante bien. Sólo es cuestión de agarrar el ritmo; de retomarlo, quiero decir (aunque no lo diga).
     Particularmente hoy, aprendí que debo evaluar lo subjetivo bajo estándares objetivos... ¡vaya dilema! Me declaro incompetente: Ni mis padres ni mis maestros hicieron ejercicios para desarrollar esa competencia (yo con mi discurso escolar). Creo que la verdadera razón es que entré en pánico y cuando me sucede, prefiero dar marcha atrás y ahora, en estos momentos en que escribo y veo mis dedos adornados con plata, me advierto: ¡Peligro! ¡Estatuas de sal detrás de ti!... Sí, ya sé, lo ideal es caminar e ir hacia el frente (estúpida cultura occidental), pero qué pasaría si yo un día decido volver a ese "barrio" universitario, a las calles de la ciudad, a la violenta tranquilidad de un libro de Donceles, a los paseos subterráneos y a los elevados en segundos pisos... No estoy dudando, que quede claro. Doy mi palabra, aunque para alguno(s) quizá no tenga más valor... Quizá sea la crisis de los 28, de la edad nueva; la crisis por pensar que es un año nuevo y que desde varios días antes de iniciarlo comencé a hacer planes y a amarrarlos con un "sí" (por favor, no se ofendan los presentes, son los pensamientos insanos pero inofensivos de una despistada por naturaleza). 
     Pues bien, yo me propongo no poner un límite ni sentimental ni racional ni visceral; sopesar las circunstancias; proponerme más y ganarme todos los contratos que están en la puerta esperando;  no asomar lágrimas tristes;  gritar ahora mismo y hacer mis ejercicios de relajación; propongo nadar, caminar, carcajear, andar en bicis ajenas (que no pedalear las ajenas); elegir la palabra "valiente" como estandarte;  valorar para no olvidar;  no recriminarme ni recriminarte ni recriminarles; aprovechar lo que me llega, como toda buena oportunista con suerte; hacer valer mi palabra con hechos y no con conjeturas (aunque sea cacofónico, no importa).
     Feliz estoy de llegar a los veintiocho y no haber muerto ni de miedo ni de tristeza, sino de risa en infinidad de ocasiones, gracias a todos aquellos provocadores que han transitado por mi voz, mis ojos y mi corazón... Está de moda felicitarse así y yo soy impuntualmente chic, todos lo saben, así que a destiempo: ¡Felicidades yo!