sábado, 26 de diciembre de 2009

En casa ajena lo aprendí

Desde hace algunos ayeres me institucionalicé para preparar en casa el tan tradicional bacalao, la verdad es que lo mismo me da si lo cocino o no, lo que me apetece más es hacerlo en buena compañía. Cansado es, se ejercita harto el brazo, pero más el corazón. Las charlas, las prisas, los antojos están a la orden. Las visitas fraternales van y vienen degustándose con los olores, los chistes, la música que de pronto se escucha, las delicias en palabras, las gracias del sobrino. Mientras los romeros se limpian, el lomo se marina y el mole ebulle, Mima y yo dedicamos gran parte del tiempo a recorrer los secretos y componer murmuraciones y habladurías. Tal vez nuestras fuerzas decaigan con la puesta de sol, pero el ánimo del festín nos da pequeñas dosis de energía. Lo cierto es que detesto la Navidad porque las calles se llenan de hombres hormiga, pero a mí qué me importa si por fin puedo pasar tiempo encerrada en casa desmenuzando risas y condimentando los días. En fin, para concluir sólo me resta confesar que aprendí a gozar de todo este convivio en casa ajena, por allá en las barrancas y de la mano de un imprescindible.

2 comentarios:

Profe GomezLoza dijo...

Nada de casa ajena, tienes casa propia, solidaria y académica en las almidonadas.

Jota Ge dijo...

Ey, Profe, gracias... allá por su calle tengo mínimo a mis siete mejores maestros. Beso!