lunes, 14 de diciembre de 2009

No son Matías y su acompañante, son otros

Moneda no. 2: Apenas las 2:30, comida corrida con la fría. Significa todo. Ha pasado una semana tediosa, odiosa, lastimera (quizá), yo no lo sé de cierto, lo supongo. Pero estar ahí es el nivel más alto, más significativo. Beben y beben y vuelven a beber: Gracielas, caballitos, limón y sal, cacahuates, meseros bonachones. De repente una mentada de madre despide al trajeado. Risas, muchas risas. Más tequila. –¡Toques!– la verdad es que nunca los había pedido y se siente de la chingada. Risas, muchas risas y más besos y demasiadas miradas revueltas, mareadas, felices. Las horas pasan, los caballitos se consumen, los limones van y vienen, el mesero los mira preocupado y pregunta –¿no quieren comer otra vez? Una cámara de video entrevista a los emborrachados, embelesados, enamorados. Estamos embebidos, admirados, carcajeantes, parlanchines, sabios. El mundo grita allá afuera las ofertas de “Roberto”, las de la calle emplasticada, la falluquera, la barata, la estorbosa. El local se llena de murmullos, de vociferaciones, de música, de cantineros. Las mesas se limpian, se salpican, se enmoronan, se vacían. Ya es hora (otra vez), pero en esta ocasión, el amor de tu vida te acompaña. Demasiado tequila. Las luces se apagan una a una. –Esperen, voy al baño (antes de cerrar). Los cantineros-meseros ahora son empleados nocturnos que van camino a casa y esperan a que tú salgas del baño de minimosaicos. Muchas gracias, buenas noches. Un lujo y un honor. La cabeza da vueltas, muchas, pero Licenciado Verdad arroja los antojos. Hay una fiesta, ¿entramos? Mejor los rojos, labios rojos, y me pierdo sin dudar. Arrodillada, besa, ensaliva, sonríe. El consejo de partir a otro lado llega. Caminan y encuentran el Hotel Moneda. Es tarde y han entrado a un hostal. No importa, el chiste es pasar la noche (o lo que queda). –Abre las cortinas, quiero que nos vean. El sudor, las prendas arrugadas, la mirada perdida, el vómito rojo que interrumpe el manoseo. Qué mas da, ha sido un día largo, no cualquier día largo, un día largo y memorable. La madrugada toca la ventana. Un atole de la esquina está bien para mitigar la cruda. Caminamos hasta aquél estacionamiento de 20 la hora, carísimo, lejísimos de aquí.  –¿Qué hacemos, no hay nadie? Me abriste la puerta, encendiste el amarillo, avanzaste despacito, miramos a todos lados, teníamos ganas de pagar y salimos de ahí sin poner un solo peso y qué mejor, porque ya no traíamos nada en la cartera.

4 comentarios:

Profe GomezLoza dijo...

ái nomás, para que vean que los días memorables lo son en tanto que la nostalgia o la vida se impregnan de risa, madrugada, besos, caricias, un buen tequila, un Primo Verdad, un atole,una sonrisa.
Pd. Así o más prodigiosa la historia. Matías y ella saben que es más, mucho más.

Samuel Velázquez dijo...

características exactas de un relato sombrío pero a la vez magestuoso, Moneda intrigante, historias sin fin. ¿Cuántas veces pisé estos escenarios? ¿Cuántas veces fui espectador? No lo sé.

Jota Ge dijo...

Profe de apellido rimbombante, así es la contundencia del amor y la nostalgia (más de la primera que de la segunda). Efectivamente, la historia es más, mucho más.

Jota Ge dijo...

Sam, muy agradecida por su comentario. Así es, el centro es testigo de un sinfín de historias memorables o aborrecibles, ya qué.